(Por Jorge Luis Huayta)
Prender la vieja televisión del
abuelo o verla nada más en la esquina de la tienda del querido “chino” era el
momento sublime de un pueblo. No lo viví pero todos lo oímos y lo vemos aún en
los viejos videos con imágenes con un tono sepia místico – el
blanco y negro del televisor enorme que era tan señorial – allí donde el grito
¡Gol de Cubillas y Perú vence en el mundial¡ era el unísono del crisol de
pieles peruanas… un deporte y unos 11 guerreros en los estadios mexicanos
rendían homenaje póstumo a las víctimas de Huaraz en los años del hippie
activista social y de los astronautas que desafiaban gravedades.
Haber, el mundo ya veía a través
del deporte rey el rostro del Perú multiétnico pero sobre todo de un Perú como
muchos países de este lado del charco que mostraban el rostro afro-descendiente
de deportistas en este caso que sin olvidar raíces, adoptaron por generaciones
esta nación que voluntariamente o no para sus ancestros ganaron sus corazones y
ellos respondían con entrega orgullosa en estas competencias deportivas que han
servido sin lugar a un ápice de duda a reconocer y valorar el enorme aporte
deportivo, cultural, social y más de nuestros afro- descendientes hijos de la
patria, tan africanos como tan latinos y tan indígenas, porque ellos también
nos adoptaron. El Perú construye también su identidad en base a las raíces
importadas de seres humanos con riquezas en su memoria y en sus prácticas que
idealiza a nuestra nación como un abanico interminable de rostros, entre ellas
la de los afros que inmortaliza una cultura expandida por todo el mundo con
alma de tierra pura floreciente y una piel de un inmejorable oro negro.